En la cima del monte Alvernia, Francisco, mientras oraba, recibe las sagradas llagas de Cristo Crucificado, en 1224, siendo el primer santo estigmatizado de la historia del catolicismo, antes de otros santos, como Teresa de Jesús, PÃo de Pietrelcina y otros.
Murió en AsÃs, el 4 de octubre del 1226, a la edad de 45 años: Dicen sus biógrafos, que las últimas palabras del santo era lo que más tarde se conocerÃa como el "Cántico Del Hermano Sol".
Francisco de Asis fue canonizado el 16 de julio de 1228, un año después de su muerte.
Dicen que a San Francisco de AsÃs lo declaró santo el pueblo, antes de que el Sumo PontÃfice le concediera ese honor, y que si se hace una votación entre los cristianos (aún entre los protestantes) todos están de acuerdo en declarar que es un verdadero santo. Todos, aun los no católicos, lo quieren y lo estiman.
A San Francisco de AsÃs lo quieren los pobres, porque él se dedicó a vivir en total pobreza, pero con gran alegrÃa.
A San Francisco de AsÃs lo estiman los ecologistas porque él fue el amigo de las aves, de los peces, de las flores, del agua, del sol, de la luna y de la madre tierra.
Nació en AsÃs (Italia) en 1182.
Su madre se llamaba Pica y fue sumamente estimada por él durante toda su vida. Su padre era Pedro Bernardone, un hombre muy admirador y amigo de Francia, por la cual le puso el nombre de Francisco, que significa: "el pequeño francesito".
Cuando joven a Francisco que le agradaba era asistir a fiestas, paseos y reuniones con mucha música. Su padre tenÃa uno de los mejores almacenes de ropa en la ciudad, y al muchacho le sobraba el dinero. Los negocios y el estudio no le llamaban la atención. Pero tenÃa la cualidad de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera hacerlo.
TenÃa veinte años cuando hubo una guerra entre AsÃs y la ciudad de Perugia. Francisco salió a combatir por su ciudad, y cayó prisionero de los enemigos. La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la vida.
Al salir de la prisión se incorporó otra vez en el ejército de su ciudad, y se fue a combatir a los enemigos. Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor caballo que encontró. Pero por el camino se le presentó un pobre militar que no tenÃa con qué comprar armadura ni caballerÃa, y Francisco, conmovido, le regaló todo su lujoso equipo militar. Esa noche en sueños sintió que le presentaban en cambio de lo que él habÃa obsequiado, unas armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos del espÃritu.
Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó y en plena enfermedad oyó que una voz del cielo le decÃa: "¿Por qué dedicarse a servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?". Entonces se volvió a su ciudad, pero ya no a divertirse y parrandear sino a meditar en serio acerca de su futuro.
La gente al verlo tan silencioso y meditabundo comentaba que Francisco probablemente estaba enamorado. Él comentaba: "SÃ, estoy enamorado y es de la novia más fiel y más pura y santificadora que existe". Los demás no sabÃan de quién se trataba, pero él sà sabÃa muy bien que se estaba enamorando de la pobreza, o sea de una manera de vivir que fuera lo más parecida posible al modo totalmente pobre como vivió Jesús. Y se fue convenciendo de que debÃa vender todos sus bienes y darlos a los pobres.
Paseando un dÃa por el campo encontró a un leproso lleno de llagas y sintió un gran asco hacia él. Pero sintió también una inspiración divina que le decÃa que si no obramos contra nuestros instintos nunca seremos santos. Entonces se acercó al leproso, y venciendo la espantosa repugnancia que sentÃa, le besó las llagas. Desde que hizo ese acto heroico logró conseguir de Dios una gran fuerza para dominar sus instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los demás. Desde aquel dÃa empezó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres. Y les regalaba cuanto llevaba consigo.
Un dÃa, rezando ante un crucifijo en la iglesia de San Damián, le pareció oÃr que Cristo le decÃa tres veces: "Francisco, tienes que reparar mi casa, porque está en ruinas". Él creyó que Jesús le mandaba arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que estaban muy deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo dinero al Padre Capellán de San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allà ayudándole a reparar esa construcción que estaba en ruinas. El sacerdote le dijo que le aceptaba el quedarse allÃ, pero que el dinero no se lo aceptaba (le tenÃa temor a la dura reacción que iba a tener su padre, Pedro Bernardone) Francisco dejó el dinero en una ventana, y al saber que su padre enfurecido venÃa a castigarlo, se escondió prudentemente.
Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el obispo declarando que lo desheredaba y que tenÃa que devolverle el dinero conseguido con las telas que habÃa vendido. El prelado devolvió el dinero al airado papá, y Francisco, despojándose de su camisa, de su saco y de su manto, los entregó a su padre diciéndole: "Hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en adelante podré decir: Padrenuestro que estás en los cielos".
El Sr. Obispo le regaló el vestido de uno de sus trabajadores del campo: una sencilla túnica, de tela ordinaria, amarrada en la cintura con un cordón. Francisco trazó una cruz con tiza, sobre su nueva túnica, y con ésta vestirá y pasará el resto de su vida. Ese será el hábito de sus religiosos después: el vestido de un campesino pobre, de un sencillo obrero.
Se fue por los campos orando y cantando. Unos guerrilleros lo encontraron y le dijeron: "¿Usted quién es? – Él respondió: - Yo soy el heraldo o mensajero del gran Rey". Los otros no entendieron qué les querÃa decir con esto y en cambio de su respuesta le dieron una paliza. Él siguió lo mismo de contento, cantando y rezando a Dios.
Después volvió a AsÃs a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesita de San Damián. Y para ello empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La gente que antes lo habÃa visto rico y elegante y ahora lo encontraba pidiendo limosna y vestido tan pobremente, se burlaba de él. Pero consiguió con qué reconstruir el pequeño templo.
La Porciúncula. Este nombre es queridÃsimo para los franciscanos de todo el mundo, porque en la capilla llamada asà fue donde Fracisco empezó su comunidad. Porciúncula significa "pequeño terreno". Era una finquita chiquita con una capillita en ruinas. Estaba a 4 kilómetros de AsÃs. Los padres Benedictinos le dieron permiso de irse a vivir allá, y a nuestro santo le agradaba el sitio por lo pacÃfico y solitario y porque la capilla estaba dedicada a la Sma. Virgen.
En la misa de la fiesta del apóstol San MatÃas, el cielo le mostró lo que esperaba de él. Y fue por medio del evangelio de ese dÃa, que es el programa que Cristo dio a sus apóstoles cuando los envió a predicar. Dice asÃ: "Vayan a proclamar que el Reino de los cielos está cerca. No lleven dinero ni sandalias, ni doble vestido para cambiarse. Gratis han recibido, den también gratuitamente". Francisco tomó esto a la letra y se propuso dedicarse al apostolado, pero en medio de la pobreza más estricta.
Cuenta San Buenaventura que se encontró con el santo un hombre a quien un cáncer le habÃa desfigurado horriblemente la cara. El otro intentó arrodillarse a sus pies, pero Francisco se lo impidió y le dio un beso en la cara, y el enfermo quedó instantáneamente curado. Y la gente decÃa: "No se sabe qué admirar más, si el beso o el milagro".
El primero que se le unió en su vida de apostolado fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de AsÃs, el cual invitaba con frecuencia a Francisco a su casa y por la noche se hacÃa el dormido y veÃa que el santo se levantaba y empleaba muchas horas dedicado a la oración repitiendo: "mi Dios y mi todo". Le pidió que lo admitiera como su discÃpulo, vendió todos sus bienes y los dio a los pobres y se fue a acompañarlo a la Porciúncula. El segundo compañero fue Pedro de Cattaneo, canónigo de la catedral de AsÃs. El tercero, fue Fray Gil, célebre por su sencillez.
Cuando ya Francisco tenÃa 12 compañeros se fueron a Roma a pedirle al Papa que aprobara su comunidad. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba.
En Roma no querÃan aprobar esta comunidad porque les parecÃa demasiado rÃgida en cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio". Recibieron la aprobación, y se volvieron a AsÃs a vivir en pobreza, en oración, en santa alegrÃa y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula.
Dicen que Inocencio III vio en sueños que la Iglesia de Roma estaba a punto de derrumbarse y que aparecÃan dos hombres a ponerle el hombro e impedir que se derrumbara. El uno era San Francisco, fundador de los franciscanos, y el otro, Santo Domingo, fundador de los dominicos. Desde entonces el Papa se propuso aprobar estas comunidades.
A Francisco lo atacaban a veces terribles tentaciones impuras. Para vencer las pasiones de su cuerpo, tuvo alguna vez que revolcarse entre espinas. Él podÃa repetir lo del santo antiguo: "trato duramente a mi cuerpo, porque él trata muy duramente a mi alma".
Clara, una joven muy santa de AsÃs, se entusiasmó por esa vida de pobreza, oración y santa alegrÃa que llevaban los seguidores de Francisco, y abandonando su familia huyó a hacerse moja según su sabia dirección. Con santa Clara fundó él las hermanas clarisas, que tienen hoy conventos en todo el mundo.
Francisco tenÃa la rara cualidad de hacerse querer de los animales. Las golondrinas le seguÃan en bandadas y formaban una cruz, por encima de donde él predicaba. Cuando estaba solo en el monte una mirla venÃa a despertarlo con su canto cuando era la hora de la oración de la medianoche. Pero si el santo estaba enfermo, el animalillo no lo despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo, con gran cariño.
Dicen que un lobo feroz le obedeció cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la gente.
Francisco se retiró por 40 dÃas al Monte Alvernia a meditar, y tanto pensó en las heridas de Cristo, que a él también se le formaron las mismas heridas en las manos, en los pies y en el costado.
Los seguidores de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que en el año 1219, en una reunión general llamado "El CapÃtulo de las esteras", se reunieron en AsÃs más de cinco mil franciscanos. Al santo le emocionaba mucho ver que en todas partes aparecÃan vocaciones y que de las más diversas regiones le pedÃan que les enviara sus discÃpulos tan fervorosos a que predicaran. Él les insistÃa en que amaran muchÃsimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el santo evangelio.
Dispuso ir a Egipto a evangelizar al sultán y a los mahometanos. Pero ni el jefe musulmán ni sus fanáticos seguidores quisieron aceptar sus mensajes. Entonces se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa visita suya los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa.
Por no cuidarse bien de las calientÃsimas arenas del desierto de Egipto se enfermó de los ojos y cuando murió estaba casi completamente ciego. Un sufrimiento más que el Señor le permitÃa para que ganara más premios para el cielo.
San Francisco de AsÃs, que era un verdadero poeta y le encantaba recorrer los campos cantando bellas canciones, compuso un himno a las criaturas, en el cual alaba a Dios por el sol, y la luna, la tierra y las estrellas, el fuego y el viento, el agua y la vegetación. "Alabado sea mi Señor por el hermano sol y la madre tierra, y por los que saben perdonar", etc. Le agradaba mucho cantarlo y hacerlo aprender a los demás y poco antes de morir hizo que sus amigos lo cantaran en su presencia. Su saludo era "Paz y bien".
Cuando sólo tenÃa 44 años sintió que le llegaba la hora de partir a la eternidad. Dejaba fundada la comunidad de Franciscanos, y la de hermanas Clarisas. Con esto contribuyó enormemente a enfervorizar la Iglesia Católica y a extender la religión de Cristo por todos los paÃses del mundo. Los seguidores de San Francisco (franciscanos, capuchinos, clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso que existe en la Iglesia Católica. El 3 de octubre de 1226, acostado en el duro suelo, cubierto con un hábito que le habÃan prestado de limosna, y pidiendo a sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, murió como habÃa vivido: lleno de alegrÃa, de paz y de amor a Dios.
Cuando apenas habÃan transcurrido dos años después de su muerte, el Sumo PontÃfice lo declaró santo y en todos los paÃses de la tierra se venera y se admira a este hombre sencillo y bueno que pasó por el mundo enseñando a amar la naturaleza y a vivir desprendido de los bienes materiales y enamorados de nuestra buen Dios. Fue San Francisco de AsÃs quien popularizó la costumbre de hacer pesebres para Navidad.
Enlace a Quito, Provincia de Pichincha Tras fundar Francisco, la Orden Franciscana en 1221 y tras tener audiencia con el Papa en Roma, de regreso a AsÃs, se le presenta una serie de hechos y contrastes internos, provocados por un grupo de sus seguidores que exigÃa al santo fundador, una regla más rigurosa al estilo de los frailes benedictinos y dominicos, aunque en un principio, Francisco se opuso, pero terminó cediendo a sus peticiones.